31 de diciembre de 2010

Lecturas 2010: para el recuerdo


No es el filtro más fiable, pero no hay otro: la memoria que recuerda las impresiones ha elegido éstos entre los libros leídos en 2011.

Han dejado huella:

Master Georgie, de Beryl Bainbridge.

The Princess Bride, de William Goldman.

The pangs of love y Going into a dark house, de Jane Gardam.

Hadji Murat, de Tolstoi.

The complete fiction, de Francis Wyndham.

The sould of kindness, de Elizabeth Taylor.

Hangsaman y The Sundial, de Shirley Jackson.

The sweet dove died, de Barbara Pym.

Cécile, de Benjamin Constant.

Los libros de relatos "May we borrow your husband?" y "Twenty-one stories", dentro de los relatos completos de Graham Greene.

Y, como todos los años, la autobiografía de Cellini.

2011 promete: esperan en la pila Beryl Bainbridge (cinco), Patrick Hamilton (tres), Jane Gardam (seis), Graham Greene (dos), Elizabeth Taylor (dos), V.S. Naipaul (dos) y dos cumbres del cotilleo: las cartas de Elizabeth Bowen a Charles Ritchie y las de Henry James a sus "dearly beloved friends".

Qué ansia.

¡Buenas lecturas a todos! Y gracias a todos los blogueros que comparten sus hallazgos y reseñas.

Collage de Iñigo Aragon.

21 de diciembre de 2010

"A toda vela", de C.H.B. Kitchin

(Reseña de "A toda vela", de C.H.B. Kitchin, publicada en "Ambito Cultural").

Una extraña ley del mercado parece dictar que toda novela inglesa que se publique deba llevar en su contraportada o su faja alguna alusión a
Jane Austen. La editorial Periférica recupera "A toda vela", una interesante novela escrita en 1924 por C.H.B. Kitchin, y lastra su importancia al presentarla como "una novela agridulce" acerca de una mujer que corre el peligro de convertirse en solterona, "una novela muy crítica a pesar de su aparente ligereza, digna de Jane Austen".


Pues aunque "A toda vela" no sea una obra central de la literatura inglesa del siglo XX, sí que merece una lectura atenta en relación a la tradición en la que se inscribe, que no es la heredera de Austen sino del modernismo de principios de siglo. Tal vez bajo esta luz se observen mejor sus méritos, que atañen principalmente al estilo.


La trama es tan sencilla como difusa: Lydia Clame está en crisis. No es ya joven, no es suficientemente rica ni suficientemente extravagante ni está en el meollo de la vida social. No encuentra novio, y su percepción hace aguas:


"Su nerviosismo, siempre intermitente, la abandonó de repente. Estaba exhausta, tenía treinta y los aparentaba. Cómo hacer de la noche un éxito sin vitalidad, cómo sobrevivir a ella. Tanto, antes, parecía depender de esa noche; y, sin embargo, ¿qué placer podía, después de todo, procurarle?"


El lector sigue a Lydia en un viaje errático, en el que la protagonista constata que no hay lugar en el mundo para ella: amenazada por la posibilidad de perder sus rentas, rodeada de amigos superficiales e incapaz de transformarse en una mujer más resuelta, Lydia siente que el tiempo en que su existencia tuvo sentido ha quedado atrás.


Tal vez
C.H.B Kitchin eligiera a Lydia como arquetipo de una generación de mujeres que, en palabras de Virginia Woolf, "no vivían verdaderamente en nuestro siglo". Sin embargo, "A toda vela" no es una novela edificada en torno a un personaje, y no es en la fractura interna de la protagonista donde el autor muestra el carácter fragmentario y deslavazado del mundo que representa, sino en la prosa que describe el exterior.


Así, por ejemplo, sale el tren de la estación:


"Por fin el Bovril sustituyó al Oxo, y el jabón Pears a Bovril. Pasaron los carteles de BUFFET y CABALLEROS. Sólo los hilos del telégrafo mantuvieron el paso, decayendo como en una caricia hasta que con cada relámpago de negrura vertical ascendían de nuevo a la dignidad de su primera altitud. El compartimento, que la señorita Clame tenía para ella sola, olía a ectoplasma"


Y así atardece:


"La escena estaba llena de un tenue sosiego que, aunque en un principio parecía pastoral, arrastraba irresistiblemente el pensamiento a espacios más amplios, a una intensidad de llanura o mar o cielo donde la noche y el día se fundían en un rapto de no existencia, y la tierra, con sus múltiples caras, se disolvía, como un cristal cayendo en aguas profundas. Durante algunos minutos uno se sentía abrumado, transformado en algo pasivo y sin embargo desapasionado".


C.H.B. Kitchin
trabajaba su prosa con la misma intención artificiosa con la que escribían Henry Green o Elizabeth Bowen en sus obras de los años veinte, como "The Hotel" o "The last September", en las que el estilo, siempre presente, se imponía a la trama como un filtro que la distorsionaba o la alejaba. Nos encontramos, pues, ante una novela que mejora al ser leída como una pieza de su tiempo.

Es posible que "A toda vela" parezca una obra imperfecta a nuestros ojos, particularmente si esperamos encontrar lo que presuponemos a cierto tipo de novelas inglesas: ironía más o menos suave y comedia ligera de buenos modales. Y es que los méritos de esta novela no están ahí sino en su propuesta, que consiste en reflejar la fractura entre el hombre y el mundo en la confusa década de los años veinte.

Orwell dató en 1918 la muerte definitiva del mundo decimonónico. Tal vez este libro, escrito seis años después, fuera escrito bajo esa sombra y con esa intención: como metáfora de una sensibilidad que empezaba a reconocerse sólo en lo informe, en lo difuso, en el vagar, en la deriva.


Fotografías de Lucas Blalock

16 de diciembre de 2010

The slaves of solitude / Los esclavos de la soledad, de Patrick Hamilton

Este libro, traducido al castellano hace dos años, pasó más o menos desapercibido. Varios blogueros lo reseñaron con emoción (aquí y aquí) pero a otros, por decirlo finamente, se les atragantó. Al crítico de El Cultural le pareció que ni fu ni fa porque esperaba leer "La Colmena", pero fue el Sr. Molina, en la web "Solodelibros" quien se lanzó en caída libre y con un par: que si perspectiva banal, que si estilo plano, que si Hamilton no es un buen novelista...

Yo leí la crítica con los ojos boquiabiertos, como quien dice.

Pero luego recordé que ese mismo señor Molina (que normalmente escribe con atención y cuidado) dijo aquí que no merece la pena "perder el tiempo" leyendo a Penelope Fitzgerald.

Y entonces solté unos tacos de esos que rompen crucifijos.

Porque hay cosas que no se perdonan. Y van dos.

En fin, a lo nuestro. Los esclavos de la soledad, 1947, posguerra en Inglaterra, autor famoso en su tiempo, alcohólico, desfigurado en un accidente, misántropo, etcétera. Su vida está en wikipedia, sin desperdicio.

Los esclavos de la soledad, pues: una mujer en el peor de los momentos.

Miss Roach no está casada, frisa los cuarenta, se considera moderadamente fina y se ve condenada a vivir en un infierno de provincias, Thames Lockdon, ni demasiado cerca ni demasiado lejos de Londres, que está allí, en el horizonte, como una amenaza.

London, the crouching monster, like every other monster has to breathe, and breathe it does in its own obscure, malignant way.

Pero ni Londres ni leches. La vida ha llevado a Miss Roach a una pensión en Thames Lockdon, y no parece querer darle un respiro. El mundo de Miss Roach, que antes tenía un horizonte pequeño pero suficiente, desaparece literalmente en la oscuridad: es la guerra, y el blackout impone que las noches sean negras. Miss Roach sólo ve la pensión asquerosa con su comedor, su escalerita, su descansillo, sus ruidos y sus olores. Fuera, la nada, lo negro, la boca del lobo.

Cuando Miss Roach sale de casa sólo ve lo que ilumina su linterna: un circulito de suelo, camino del pub.

Y así pasan los días en la pensión, llena de personajes-arquetipo (el viejo repugnante, la digna pusilánime, la tacaña) que le recuerdan a Miss Roach cuál es su papel: el de SOLTERONA.

Una solterona en provincias durante la guerra es un drama cotidiano y sordo, un dolor de baja intensidad. Patrick Hamilton mira su obra y dice: echemos aceite al fuego.

Así que entra en escena el teniente americano. Juerga, alegría, juventud, cine juntos y besos de los de verdad. La vida son dos días y Miss Roach, al fin y al cabo, no es una estrecha. No en vano ella trabaja en una editorial en Londres. Y ya se sabe.

Pero dice el refrán que poco dura la alegría en la casa del pobre. Una amiga desvalida, una mosquita muerta, una alemana fresca, una rubia, una víbora, una zorra entra en escena. Se llama Vicki Kugelmann y aparece como quien no quiere la cosa: no tengo donde quedarme pero me apaño en cualquier sitio.

Ya. Seguro.

Y entonces empieza de verdad la novela, que no trata de un triángulo amoroso sino de la hostia que le da la vida a Miss Roach por creerse una persona y no ser más que un personaje: la SOLTERONA.

But was she, after all, an "English Miss" of sorts?...Was she (she must translate these odious epithets into dignified English) insular, too correct, puritanical, inhibited; one who by her lack of vitality, or lack of grace, spoiled the carefree pleasure of others) .

Yes, she is. Sus celos son miserables, su ira una pataleta y su quebranto un berrinche. Quiere matar y ni grita. Y a la mañana siguiente, más de lo mismo. El descansillo, la taza, el plato y el ruido de sus compañeros de pensión, que mascan el desayuno.

Y así sigue la vida en esta novela: gris, repetitiva y asfixiada. Cada día el clavo se hunde un milímetro más, sin terminar de matar.

Tres son, en mi opinión, los grandes aciertos de esta novela:

Un narrador omnisciente y despectivo, que establece la distancia adecuada para que la historia se perciba como un drama protagonizado por arquetipos. Bien, nos dice, vamos a ver el mundo y sus habitantes, que son hormigas, nada más. Pero hormigas ridículas.

El estilo. En relación directa con el punto anterior, la voz del narrador es al mismo tiempo explicativa, neutra y paternalista, como si quisiera remedar al estilo de las crónicas del s. XIX:

Though the Rosamund Tea Rooms was, as regards bedroom accommodation, full up, there was still plenty of space in the dining-room, and Mrs. Payne, whose love of gain over-rode all other considerations, did not hesitate, when the occasion arose, to inflict her regular guests with the company of strangers at meals.

La distancia emocional que la suma de los dos puntos anteriores impone. Pues este libro no se lee como un drama a la manera clásica. La señorita Roach, como el resto de personajes, es mezquina y está retratada sin piedad, de frente. Y a una mezquina no se la compadece.

O tal vez sí. Pues a medida que la trama avanza hacia un final magnífico, se hace más sólida la negra, negra idea que vertebra esta novela: que las vidas de estos esclavos de la soledad no están empequeñecidas por la guerra, aunque ellos lo crean. Son así: nunca llegarán a más.

Apagad las luces, cerrad las cortinas. A llorar.

Fotografías de David E. Scherman

13 de diciembre de 2010

Las lecturas de 2010: artículo publicado en la revista Hermano Cerdo

Entre todos los libros con los que gocé en 2010, cuatro refulgen.

The sweet dove died, de Barbara Pym, publicado en 1978. Una novela seria, breve y gélida, con la que la autora prácticamente se despidió de la vida. Un retrato distante de una mujer a punto de cascar entre un mundo que conoce y el presente, que se le escapa de las manos. Barbara Pym construye en este libro uno de personajes más completos y trágicos que se pueden encontrar en la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo XX. Genial.

La princesa prometida, de William Goldman, publicado en 1973. Un libro escrito cuando la posmodernidad era realmente graciosa. Una historia dentro de una historia con todos los trucos metaliterarios necesarios: el autor falso, el manuscrito encontrado, el cronista que glosa e interviene… Todo el mundo parece saber que este libro merece la pena: yo me enteré este año.

El incongruente, de Ramón Gómez de la Serna, publicado en 1922. Moderno de verdad, fresco y libre.

May we borrow your husband?, de Graham Greene, publicado en 1967. Tal vez su mejor colección de historias cortas, que contiene dos monumentos del relato del siglo XX: el que da título al libro y “Cheap in August”. Y no es que esté descubriendo nada nuevo al recomendar a Graham Greene, pero nunca está de más. No tarden. Léanlo.

Feliz año nuevo y suerte con sus lecturas. Que disfruten.

Fotografía de Iñigo Aragón.

2 de diciembre de 2010

Muriel Spark, Graham Greene y el Espíritu Santo: artículo para la revista Hermano Cerdo

(Artículo mío en la revista Hermano Cerdo sobre las novelas Territorial Rights, de Muriel Spark, Travels with my aunt, de Graham Greene y algunas preguntas sobre el catolicismo y las tramas).

Bien: llevo mucho tiempo intentando entender qué significa esencialmente el catolicismo en la obra de Muriel Spark y Graham Greene y no alcanzo grandes conclusiones. Al contrario: he llegado a pensar que la lectura de sus novelas en clave católica es una de esas convenciones culturales que los lectores y críticos perpetúan sin haber intentado desentrañar.

Pero yo me he lanzado como Superman, y si no llego a la meta no será por falta de esfuerzos. He leído con interés, con diccionario, con post-it y con rotulador amarillo los capítulos de la biografía escrita por Martin Stannard en los que se trata el tema. He leído el libro de Job y he meditado sobre la psoriasis como condena bíblica. He reflexionado sobre las diferencias entre sacramental, pastoral, místico y espiritual. He abierto la mente, dispuesto a creer algún que otro dogma si era necesario... y nada.

Na-da.

Pero de pronto parece haber algo de luz en las tinieblas. O chispas en las sinapsis, y perdón por la aliteración.



Muriel Spark publicó Territorial Rights en 1979. Es una novela de su época más extraña, más escurridiza, escrita justo después de The Takeover, cuando Spark parecía sentir que debía reinventar el género novelístico a cada nuevo intento. Con sesenta y un años, como debe ser, se resetea antes de escribir.

Territorial Rights empieza con cierta seriedad, casi con el no-estilo con el que está escrita The driver's seat:

Robert had come here as soon as he had unpacked, crossing the little bridge of the side-canal to the path that led into the expansive square. It was the afternoon hour when the shops were opening after lunch. Robert had walked around to see what sights there were to save up for later visits, and now was in the bar having coffee and a bun. He was wearing blue jeans and a thick sweater. He was twenty-four, thin, tallish and had a good head of light brown curly hair and a droopy brown moustache. Some other students of both sexes stood in the bar, came and went.

Y en ese tono entre desdeñoso y seco continúa, guiando una trama que se adensa poco a poco hasta explotar.

La trama es, como señaló Edmund Wilson en la reseña de esta novela en el New York Times, un elemento que apenas se consideraba en la crítica. Y es cierto que aun hoy, treinta años después, la situación apenas ha cambiado. Damos por hecho que la trama funciona como medio de transmisión de significados y sentidos, y la analizamos en general en términos de efectividad (¿son correctas las causalidades?) o de verosimilitud en relación a la vida (¿es esto posible?). Sin embargo, no es frecuente encontrar críticas que tengan en cuenta el aspecto moral de las decisiones del autor en cuanto a la trama.

Asunto delicado. El arte tiene razones que el raciocinio no entiende, y si Julien Sorel muere en la guillotina es, en principio, porque el corte le viene bien a la novela y no por otro motivo. Así lo asumimos, zanjando la cuestión.

Pero algunos autores consideran que la narrativa, en tanto que representación o equivalente de la realidad, se rige por unas leyes semejantes, y traen al primer plano la trama para dejar claro que es en la relación de los personajes con el destino y las acciones donde reside su visión del mundo. Matar o casar a la protagonista no es indiferente.


Spark confesó haber comprendido qué significaba ser novelista cuando se convirtió al catolicismo y aprendió a ver las tramas como un conjunto. Vio entonces a sus personajes desde el punto de vista de un dios que observa su creación con una sola certeza: que nada en la tierra tiene sentido si no hay vida tras la muerte. Ese es The Only Problem para Spark, el tema central del catolicismo que hay que asumir sin cuestionar. Y si nuestra experiencia contradice el dogma, creamos sin preguntar, parece decir. Pues en la tierra hay maldad, traición, mentira y engaño, pero no nos corresponde a nosotros juzgar aquí y ahora, sino a un dios en otro momento.


Esta idea, como la hostia, se traga sin masticar.



Y aquí viene la trama de Territorial Rights, que, bajo esta luz puede resumirse en “Dios los observa, ellos se matan”.

Robert Leaver, joven, medio estafador y medio buscavidas, abandona a su amante Mark Curran, un hombre mayor y dominante, una especie de farsante que compra y vende arte. Leaver huye a Venecia, Curran le sigue, Robert desaparece. También llega a Venecia Lina Pancev, una pintora fugada del comunismo búlgaro que, en principio, quiere buscar la tumba de su padre Victor, desaparecido en Venecia. El padre de Robert llega a Venecia en una escapada romántica con su amante, y la madre, Anthea, contrata un detective para que los siga. Pero Grace, una amiga de la madre, decide ir en persona a Venecia para desvelar el misterio.

In the meantime, Robert, desde un escondite, descubre los secretos en el pasado de la vida de Curran, el detective encuentra a los amantes, Curran se alía con su antigua amiga Violet de Winter para evitar que el pasado salga a la luz, y Grace despierta a la fascinación de una trama de opereta, de personajes incorpóreos y situaciones imposibles. Llama a la madre de Robert, que, sola en Inglaterra, sigue en una vida de tetera y novelas realistas, una vida de textura espesa y decisiones correctas, es decir una no-vida.

-It all sounds very far-fetched, said Anthea.
-It may seem far-fetched to you, Anthea, but here everything is stark realism.
This is Italy.


Y a partir de cierto momento, la trama se pone a centrifugar. Todos los personajes se calzan la máscara de chantajistas, de ladrones, de monstruos: Robert decide chantajear a Curran, Curran al padre de Robert, el detective a la madre y Lina a quien pueda... De pronto, todos, como Muriel Spark, creen tener el poder de un dios sobre las vidas de los demás, y parecen gozar con el diseño y las ramificaciones de una trama que sería inmoral a ojos humanos pero que sólo es ridícula si se mira con la perspectiva adecuada: la de la vida eterna.


Pues, ¿qué es el mal visto desde lejos?


Jugad, parece decir Spark, porque el mal está en la tierra, es complejo y, a veces, atractivo. Los ricos e inteligentes (Robert, Curran, Violet de Winter) lo saben (Robert could not remember a time in his adult life when he had not fully coped with his own life, not to mention the lives of others), y los torpes, como Grace, sucumben a su manera. Al final del capítulo catorce se une (sin pagar, por supuesto) a una visita guiada a unos mosaicos en la que descubre the ineffable beauty of the dark blues and the golds.

Es un momento magnífico de comedia macabra. Spark reparte para todos y ata la trama como en las novelas victorianas, pero guardándose una coda para el tramo final.

Y ahí muestra su visión realmente distante y sarcástica del absurdo y la belleza del mal. Ahí la oímos reír entre dientes. Junta a Robert con Anna, a quien saca de la nada, y los lanza a la felicidad. Jóvenes y guapos, se convierten en otras personas, o tal vez en otra versión de sí mismos.


It was the beginning of Robert's happy days, the fine fruition of his youth...


Enamorados y encantadores, Robert y Anna mejoran como delincuentes hasta terminar convertidos en los terroristas que ponen bombas a la vuelta de nuestra esquina.


Y así todos encuentran su sitio en un mundo donde los timadores, los chantajistas, los extorsionadores y los farsantes campan. Como el nuestro.


-You're mistaken if you think wrong-doers are always unhappy -Grace said-. The really professional evil-doers love it. They're as happy as larks in the sky...


Muriel Spark abandona en Territorial Rights casi todas sus herramientas habituales y presenta una novela sostenida sólo por la trama. El ingenio es funcional, el estilo más invisible que en otros de sus libros, el punto de vista no se hace evidente. Tengan, parece decir, esto es lo que hay. Y si no les gusta, esperen la vida eterna. De momento no hay más.


Algo semejante parece decirnos Graham Greene en Travels with my aunt, otra novela escrita, por así decirlo, desde el púlpito, otra farsa y otra comedia amarga sobre la muerte con moraleja retorcida.


Henry Pulling, un empleado de banca jubilado y aficionado a cultivar dalias, conoce a su tía Augusta durante la cremación de su madre. Está, como todos los hombres curiosos, fascinado por la muerte:


...there was a slight stirring of excited expectation: which is never experienced at a graveside. Will the oven doors open? Will the coffin stick on the way to the flames? I heard a voice behind me saying in very cold clear accents, “I was present once at a premature cremation”.


Augusta, una mujer de setenta y cinco años, ha comprendido que la vida es poco más que una carcajada. Viaja, ama, delinque y transforma a los demás personajes sólo con una frase o el roce de su mano, como en los milagros.


“I have said that your official mother was a saint. The girl, you see, refused to marry your father, who was anxious –if you can use such an energetic term in his case- to do the right thing…she was deeply shocked when your father tried once to make love to her –after the marriage but before your birth- that, even when you had been safety delivered, she refused him what the Church calls his rights.”


¿Es, pues, Pulling el hijo de una virgen? ¿Es Augusta su verdadera madre? ¿Qué significa el encuentro entre ambos?


Viajes por el mundo. Casi sin quererlo, Pulling se convierte en compañero de su tía, que encadena un destino con el siguiente y un amante tras otro sin más guía que tres preceptos morales: la diversión, la certeza de no estar haciendo nada ilegal y la convicción de que, a la larga, dios proveerá.


-I have never planned anything illegal in my life –Aunt Augusta said-. How could I plan anything of the kind when I have never read any of the laws and have no idea what they are?


Si en Territorial Rights la red de engaños era la imagen metafórica del mundo, aquí es el viaje. Los personajes aparecen y desaparecen de la vida de Augusta en una estación o en un restaurante, y las despedidas tienen algo de ligero, como si los personajes, incluso ante la posibilidad de la muerte, estuvieran diciéndose adiós sólo temporalmente. Y así completa Henry Pulling su educación sentimental. Hacia la mitad del libro, Pulling ya es otro.


When I double-locked the door and followed them, I was left with the sad impression that my aunt might be dead and the most interesting part of my life might be over. I had waited a long while for it to arrive, and it had not lasted very long.


Pero el viaje continua, y Augusta, casi más fuerte que la propia muerte, sigue su camino por un mundo donde, como en el nuestro, abundan el delito, el engaño y la mentira, y el amor muere. Egoísta y terca, Augusta parece aferrarse cada vez más a la diversión, o a lo que queda de ella. What the fuck, parece estar diciendo, esto son dos días. No me cuentes que hay dolor, no me cuentes que todo esto es absurdo: déjame bailar.


Y así se cierra la novela, con un subrayado.


Las vidas de Muriel Spark y Graham Greene se tocaron en varios puntos. Como se sabe, Greene ayudó económicamente a Spark cuando ella estaba, literalmente, alucinando por culpa del hambre, y fue siempre generoso y cordial con una mujer a la que consideraba su igual. Con motivo de la publicación de Territorial Rights escribió:


It’s your best, your very best. I thought you’d never top Memento Mori: but you have. I’ve been reading it all day in one gulp. Written with excitement at 9,35 pm.


Territorial Rights y Travels with my aunt son dos novelas escritas por católicos que en varios momentos de sus carreras meditaron sobre la relación profunda entre su fe y su arte, y dejaron que una permease la otra. ¿Ofrecen, pues, una visión teológica de la vida? ¿Se entienden mejor desde el punto de vista católico que convierte la existencia humana en una contingencia y el mal en una broma? ¿Estamos ante dos novelas religiosas?


No lo sé. ¿Lo sabe alguien?

Comment are welcome.

El link a la revista está aquí

Fotografías de Gil Inoue

14 de noviembre de 2010

The Takeover, de Muriel Spark: una novela rara

Estoy rebañando en el fondo de la cazuela de Muriel Spark con hambre y angustia. ¿Es esto todo? ¿No quedan más novelas? ¿Nada inédito? ¿Seguro? ¿Han mirado bien? ¿Han mirado en todos los cajones, señores editores?

Así que aquí me encuentro, con los restos: tres novelas poco conocidas, que no se reeditan. Son The Takeover, de 1976, Territorial Rights, de 1979, y Reality and Dreams, de 1996. Las tres son raras, raras, raras.

Llevo semanas intentando entenderlas, y sólo he llegado a conclusiones absurdas, peregrinas, insensatas, pero así funcionan los soliloquios: un hemisferio da la razón al otro, y todos contentos.

Muriel Spark decía que escribía de corrido, casi sin revisar, y que cuando se metía en un lío, complicaba un poco más la trama para ver si era capaz de salir. Esta viaje hasta el corazón de la maraña y desde allí a otra maraña aún más tupida se ve en muchas de sus novelas, como The Bachelors, The Finishing School, Aiding and Abetting, Symposium, The Only Problem, Territorial Rights, y en esta, que es directamente un nudo.

La trama, sin spoilers, es así: Maggie Radcliffe, riquísima, guapísima e inocente como un bebé, tiene un terreno en Nemi donde se erigen tres casas. Una es su pied-à-terre, otra la alquila a los Bernardini y la otra está ocupada por Hubert Mallindaine, un buscavidas fraudulento y grimoso: un José Luis de Vilallonga en versión gay.

En cada casa hay subtramas, una por cada secundario: el marido de Maggie, su hijo y su nuera Mary, los Bernardini al completo con todos sus in-laws, Lauro y otros chaperos de Mallindaine, su secretaria, Pauline, Massimo di Vita, dos jesuitas, Coco de Renault, la profesora de inglés Nancy Cowan, etc.


Maggie es el centro de la trama, como agente y como paciente. Ella quiere echar a Hubert de su casa, pero todos los demás personajes quieren, de una u otra manera, robarle su dinero, sus joyas, sus cuadros, sus muebles y sus títulos de propiedad. Pero Hubert no se va ni a tiros. Dice ser descendiente de la diosa Calígula y la diosa Diana, cuyo culto se celebraba en el terreno donde su casa está construida, y cuyos ritos quiere resucitar.

Así que ya tenemos dos temazos: dinero y paganismo. Las diferentes subtramas introducen otros subtemas: el arte como artificio, las apariencias como verdad, el engaño y el crimen como esencia de la naturaleza humana.

Pero la novela zozobra hacia la mitad. Entre los capítulos ocho y doce -extraordinariamente densos- parece haber una duda: si asumimos que la trama es apariencia que revela una verdad, ¿qué verdad es esta? ¿la historia individual de Maggie o, como apunta un personaje, el fin de un sistema económico cuya caída ha revelado la cara más rapaz y filistea de la humanidad?

Parece que los tiros van por ahí. La crisis del petróleo de 1973 como imagen de un mundo que colapsa, y la historia de Maggie como ejemplo hecho carne.

The Takeover exige asumir una idea que Spark explicaba en relación a su conversión al catolicismo: sólo como católica adquirió una visión global de lo absurdo de la existencia en la tierra si no existiera nada tras la muerte. Pero tal vez únicamente así se pueda entender The Takeover, una novela de rapiña, codicia, apariencia y fraude en la que todos los personajes revelan llevar dentro de sí un monstruo y todos los personajes terminan a la deriva, sin consuelo ni lógica en esta tierra.

¿Es esto satisfactorio, o nos obliga a hacer malabarismos dialécticos para colocar The Takeover en el cajón de novelas interesantes en lugar del cajón de las novelas fallidas? Sí y no, y no y sí.

No lo sé, pero con Muriel Spark yo SIEMPRE estoy dispuesto a aceptar la invitación y a repensar lo pensado desde cero porque sus novelas son SIEMPRE libres.

Y es que no se puede escribir de otra manera: en soledad y sin red.

Fotografías de Barbara y Michael Leisgen, Mimesis.

25 de octubre de 2010

Querido John Updike

Querido John Updike:

Descansas en paz, así que mi carta no turbará tu sueño. Pero debo hablarte.
Has escrito un libro muy mono. Se llama The Maples Stories y me ha puesto de los nervios. Es una recopilación de historias acerca de Joan y Richard Maple, que, según cuentas, aparecieron entre tus páginas en 1956.
Los Maples se casaron, se amaron, perdieron la esperanza, tuvieron hijos y amantes, volvieron a quererse, sintieron spleen, nostalgia y epifanías, ganaron pasta, fueron abuelos. Tú los seguiste hasta mediados de los ochenta, contando los altibajos de sus vidas. La moraleja, dices en el prólogo, es que all blessings are mixed.
¿Y qué?

Querido John Updike, ¿y qué?
El libro es, literalmente, precioso. Lo publica Everyman con un papel suave y una letra tan cómoda al ojo que parece diseñada en el Mundo de las Ideas. Tiene tapa dura y hasta sobrecubierta, y se lee solo.
Tal vez también se haya escrito solo. Yo entré por una puerta en 1956 y salí por la otra treinta años después, intacto, limpio, con todos los pelos en su sitio.
Una película sosa irrita o aburre. Un libro fallido molesta o frustra. Un paseo por el campo relaja o agota. Pero este libro provoca emociones superficiales, domesticadas y complacientes: emociones pijas, del tipo de una onda en el agua o una brisilla.
Nada te turba, nada te espanta.

Querido John Updike, hoy me desperté por tu culpa. Me acordé del principio del siglo XX como si lo hubiera vivido, y pensé en los artistas que creyeron (realmente creyeron) que su trabajo podía reventar el mundo conocido y definir uno nuevo desde cero. Pensé en las obras hechas por necesidad absoluta, y después pensé en tus relatos acerca de los Maple. Son finos y equilibrados, y admirables, por supuesto, como admirable es una cuchara o un abrazo.
Pero no más.
¿Es posible, querido John Updike, que la función última de estos relatos sea hacernos pasar el rato?
¿Pasar el rato? ¿Es esto cierto? ¿Es esto posible?

Pero quiero ser tu fan, querido John Updike. Por eso voy a rescatar dos relatos de este libro (The taste of metal y Grandparenting, realmente bueno), y a contarte una anécdota.

Pasé mucho rato pensando en ese tercer relato que merecía el indulto. Recordaba un relato conciso y frío que narraba el encuentro de la pareja protagonista con otra pareja muy similar en un hotel de costa. De vuelta a casa, los protagonistas visitan al otro matrimonio en una casa de campo. Beben, congenian y duermen felices. A la mañana siguiente, los protagonistas despiertan en una casa vacía. Ni rastro de la cena, ni rastro de sus amigos. Sólo un teléfono con la luz roja del contestador parpadeando. Cierran la puerta y se montan en el coche. La mujer, aterrorizada, duda que sean capaces de llegar a su destino; el marido le agarra la mano y conduce con la otra. Ambos miran de nuevo a la casa. La puerta está abierta.
Eran menos de diez páginas, un relato perfecto y misterioso por muchos motivos.
Pero recordaba mal. No eran los Maple. El relato no era tuyo.
Se llama Soul Mates y es de Jane Gardam.

Querido John Updike, me despido afectuosamente.

Fotografías de William Eggleston

14 de octubre de 2010

The scapegoat, de Jocelyn Brooke

Conocemos el paisaje y los actores: Inglaterra antes de la Segunda Guerra Mundial, niño gay hipersensible que queda huérfano y es acogido por su tío soltero, un hombre gigante e hipermasculino que se pasea por casa en ropa interior o, mejor aún, en bolas.

Conocemos la trama: el niño, inevitablemente, siente la llamada del lado oscuro, que aparecerá en forma de paisaje amenazante, de soldados que surgen entre las zarzas haciendo maniobras y de unos túmulos prehistóricos que evocan ritos ancestrales y sacrificios.

Pero por si alguien se despista, el autor, Jocelyn Brooke, nos recuerda tres veces en las primeras veinte páginas que la suma de tales elementos anuncia desastre, y hace presentir al niño a sudden spasm of fear: a sense, almost, of immediate danger.
Vamos, que esto no es una comedia. El niño va a terminar really mal. La primera parte se llama Initiation y la segunda The Sacrifice.
Ya oímos los tiros.

Este libro se lee como un Denton Welch sin cafeína, pero se lee. Tiene su ritmo y su relativo misterio y, sobre todo, tiene el morbillo de una reliquia que hace gracia porque, como dice el narrador de The go-between, "The past is a foreign country: they do things differently there".

Y en cierto modo parece que The scapegoat, escrito en 1948, viniera de otro mundo o, al menos, exigiera un contexto específico contra el que definirse y sin el cual tal vez quede mudo, cojo o incluso muerto.

In other words, que Jocelyn Brooke narra aquí un relato sobre la naturaleza corrupta, inefable y fatal de la homosexualidad: una idea vieja, viejuna, viejunísima que tal vez triunfe en regímenes totalitarios como Irán, Marruecos o Italia pero que no se representa con esos tintes en el Occidente civilizado.
Afortunadamente.

Porque el niño protagonista siente en su interior un batiburrillo de impulsos: teme, adora y desea a su tío; quiere huir y quedarse, crecer y no crecer, hacerse un hombre y ser una flor... Y el tío, igualmente confuso, no le ayuda, o tal vez sí: le azota, le obliga a hacer ejercicio para fortalecerse, le mete en su cama, le castiga, le perdona, le vuelve a castigar...

La lógica artística de los elementos en los que se encuadra la historia (el paisaje simbólico, el aislamiento, la soledad de la infancia y la amenaza de la guerra) exige que el niño se deslice pendiente abajo. En la ficción, como en el pasado, una cosa lleva a la otra. Aislados en una granja medio derruida, bajo la única mirada de un mayordomo medio sospechosillo, el tío y el sobrino se buscan las vueltas.

Ya está todo dicho. Lo demás sucede. El niño encuentra unas esposas en la casa del tío y, a las semanas, asiste a una escisión en su interior. Sin saber por qué, roba en el colegio todo un arsenal s/m: puntas de flecha, una cadena de bici, una cuerda, unas zapas de fútbol, un cinturón y unas bermudas del vestuario.
"¿Por qué lo has hecho?", le pregunta el tío.
"No lo sé".
He aquí el principio del monstruo según la imaginación literaria del siglo XIX: uno asiste al desdoblamiento en su mente y en su cuerpo, se ve y no se reconoce. La bestia ha despertado.

Así que vuelve a la granja, dispuesto a todo, atraído por el lado oscuro. Y a partir de ahí leemos para saber el cómo del qué.

Jocely Brooke escribió un ensayo biográfico sobre Denton Welch y prologó la primera edición de sus diarios, en 1952. La lectura simultánea de la obra de ambos produce la sensación de estar leyendo exactamente la misma historia (mismo tren, mismos soldados sucios de cruising por los caminos, mismo colegio, mismas ruinas de un mismo pasado) transformada en dos impresiones, dos experiencias, dos autobiografías.
Lo que nos lleva, como siempre, al misterio de la trasposición de vida en arte. Nuestras vidas son los ríos, por supuesto, pero son ríos idénticos a otros ríos a otros ríos a otros ríos.

Pero, ¿en qué se diferencian Welch y Brooke? No en el sentido, sí en el estilo. No en las historias, sí en la edición de sus detalles. No en su valor histórico, sí en el artístico. No en la sorpresa, sí en la originalidad. No en la importancia, sí en la trascendencia.

Con todo, The scapegoat arde. Está escrito con la certeza de que la literatura es expresión necesaria y casi inevitable.
Idea que hoy en día parece casi revolucionaria.

Fotografías anónimas

3 de octubre de 2010

Jane Gardam: sobredosis

En un rapto de esa dolencia identificada como DPPLS (Demasiada Pasión Por Lo Suyo), me he tragado siete libros de Jane Gardam seguiditos, uno tras otro, y tengo otros tantos esperando en una pila que bulle, palpita y vibra de impaciencia encima de la mesa.
¿Jane qué?
Jane Gardam, G-A-R-D-A-M. Ochenta y dos u ochenta y tres años tiene la señora, que ha ganado dos veces el premio Whitbread y muchos, muchos, muchos otros, como se puede leer aquí, aquí y aquí.

(Pero, ¡ay, editoriales de España, para las que los blogueros trabajamos gratis! Vosotros, a vuestra bola, temerosillos de meter el pie en el agua si no lo han metido muchos otros antes.
A vosotros os pregunto en un aparte: ¿qué vais a hacer cuando Henry James deje de escribir? Porque ya os vale. Ya os vale.)

En fin. Estoy leyendo a Jane Gardam mientras hablo con un antólogo imaginario: este libro lo salvamos, éste se cae, éste va para la backlist. Porque absolutamente todo lo que escribe Jane Gardam se lee con pasmo y gozo, pero no todo echa raíces ni todo se asienta: algo del alcohol se evapora durante la fermentación.

La prosa es perfecta, la atención del lector sigue el dedo de la autora a medida que ella señala aquí y allá, y en cada página hay al menos un giro, un toque, un regalo de ingenio o gracia. Jane Gardam es generosa:

I sit at my computer. It is my first. It is a present from the parish, and generous; for I am old and mad, and I do not look a natural for technology. I am not very friendly. My e-mail address is pangbourne.
This melancholy word has nothing to do with a place, or surname. It is the name of the great gorilla at our local zoo: the ape that has been the love of my life.


O bien,

Daisy Flagg was a parasite. Nothing wrong with that. Hers is a useful and ancient profession. In Classical times every decent citizen had a parasite. There were triclinia full of them. They flourished throughout Europe in the Middle Ages, though later demoted in England to the status of mere court jesters –demoted because your pure parasite does not have to sing for his supper. Not a bar. Not a note.

O

Venetia strengthened herself at the airport by repeating prayers which she was disturbed to find all came from the Order for the Burial of the Dead. Trying for words of thankfulness, all that came were words of conclusion. “Then cometh the end”, she repeated, “when we shall have delivered up the kingdom to God”.
Y así, non-stop, sin darte cuenta, libro tras libro.

Algo de la prosa de Gardam es heredera de Muriel Spark, cuyo nombre no has de pronunciar en vano. Los párrafos iniciales de The Pig Boy, The Kiss of Life y The Easter Lilies (todos en The pangs of love), de Blue Poppies y Bevis (en Going into a dark house) o de Missing the Midnight funcionan tan bien como los de Daisy Overend, The dark glasses o The fortune teller, y comparten con los relatos de Spark narrados en primera persona esa mezcla de urgencia y despreocupación con la que los narradores adelantan información sobre sí mismo y sobre el tono del relato.

Ejemplo Spark (The house of the famous poet):

In the summer of 1944, when it was nothing for trains from the provinces to be five or six hours late, I travelled to London on the night train from Edinburgh, which, at York, was already three hours late. There were ten people in the compartment, only two of whom I remember well, and for good reason.

Ejemplo Gardam (A seaside garden):

I thought of Helen Gibb the other day. It was on York station. There was simply nothing on York station to remind me of her. It must have been the tone of a voice passing, or maybe the airy, breezy smell of the North again. There she was before my eyes, so living, so alert, so clever -oh, and such thin stick legs, such big boat shoes! No ready-made shoes could ever have fitted those fingery feet. Fourteen she was and I was fifteen. I am forty now.

Y, en versión superconcentrada, apurando el espacio al máximo, ejemplo Amy Hempel (The annex):

The headlights hit the headstone and I hate it all over again.

También Spark sobrevuela algunos diálogos ligera, moderada, encantadoramente non-sequitur.

“D’you want to come to Auntie Pansy’s?”
“Whoever’s that?”

“My godmother.”
“What a name.
"
“She had a funny father.”
“Very funny father.”
“She’s funny too. A bit funny in the head. She lives in the suburbs. She’s rich.”

“Has she got any heating?”.

Prosa de primera, fresca, ingeniosa y viva, capaz de hacer que el lector abra un libro y luego otro, y se pase así un mes.

Pero, ¡ay!
Pero, ¡ay!
Pero, ¡ay!

La literatura sorprende, inquieta y perdura cuando logra iluminar algún aspecto o color del mundo que no se había percibido antes a través de exactamente esas palabras. Y es un tongo, un artificio o un engaño, como se prefiera, pero tiene la fuerza de un milagro.

Y Jane Gardam parece lograrlo sólo en ocasiones. En otras, sólo es excelente.
He aquí el ranking de momento.

-Bilgewater. Sí, o incluso super-sí. Novela de entrada a la madurez con todo lo que se espera del género. Banalidad, pérdida, confusión, amor.

-Faith Fox. Novelón a ratos. Empieza potente y sube hasta el final del capítulo siete, cuando el narrador nos recuerda que estamos en una novela y que su labor será interponerse entre nosotros y la historia:

The fearless, comic, incorruptible battle-axe Englishwoman is now almost gone. There don't seem to be many of the young shaping up in that mould.
And maybe good riddance but maybe more's the pity, for she'll be missed here and there and especially in fiction.

Y a partir de ahí empieza a resultar ligeramente pesado el afán de Jane Gardam por tratar cada capítulo como si fuera un relato corto con un estallido de ingenio o buena técnica (¿qué sentido tiene el capítulo veintiuno?). La novela, con momentos memorable, se hincha en la segunda parte hasta dar la sensación de no tener centro, de avanzar de manera casi arbitraria.

-The Queen of the Tambourine. Esta sí, y quien lo pueda hacer mejor que lo intente.

-The People on Privilege Hill. De aquí salvo dos relatos y medio. Sí a Pangbourne y Babette, y casi sí (excepto por el final) a Snap. The hair of the dog es perfecto en forma pero el sentido ñoñea.

-Missing the Midnight. Buff, buff...Cuentos de Navidad y fantásticos. Algunos parecen ser escritos por alguien sin imaginación que se fuerza a imaginar. Pero Miss Mistletoe es la caña.

-The pangs of love. De momento, su colección de relatos más completa. The Easter Lilies, Stone Trees y The pursuit of Miss Bell son magníficos, extraordinarios, y juegan en la primera división. Otros se quedan muy cerca: Un unknown child, The pig boy, The kiss of life, The ball game y The last Adam.

-Going into a dark house. Y aquí está el segundo mejor libro de relatos, con Blue Poppies y Telegony.

Esto, de momento. Y no sigo, que tengo que ir a leer.

(P. D. Ay, editoriales españolas, qué tirón de orejas os merecéis. Salamandra publica en junio de 2011 la traducción de "Old Filth", que traduce como "El viejo juez" matando el chiste. Como se dice en los pueblos, corriendo van a misa los que llegan tarde. Si esperáis más, la pilláis muerta).

Fotografías de Kent Rogoswki

4 de septiembre de 2010

Pablo Chul entrevista a Joyce Carol Oates


Total, que me enteré de que Joyce Carol Oates venía a Madrid, y me dije: allá voy, a lo que surja. Di la lata moderada a quien corresponde para lograr algo, una cosita de nada, una nimiedad, una miguita: “¿Puede ser una entrevista? ¿Un café? ¿Qué me firme un libro? ¿Llevarle la maleta? ¿Ayudarla a cruzar la calle? ¿Algo?”


Al final fue un almuerzo con periodistas, a las 14:00 horas. Perfecto.


Así que allí me presenté, cuarto de hora antes de la hora prevista, y allí se presentó JCO, cinco minutos después, con su intérprete y su editora de Alfaguara en España.


Y yo me lancé, claro, porque así somos los fans: plastas, se siente.


Empezamos con un poquito de cháchara social, nice and polite. Que cuánto tiempo lleva en España, que si le gusta, que si Bush, que si Obama, que si muchas gracias por venir, que si Picasso, que si había estado en Barcelona y había visto una exposición de fotoperiodismo muy interesante, que si su marido estaba por Madrid haciendo fotos, que qué había estudiado yo, que si Picasso otra vez porque ella estaba pensando en usar un fragmento del Guernica para la portada de su próxima novela, Mud woman...


Bueno, dije yo, pues debería ir a ver el cuadro, you know, the real thing, que está en el Reina Sofía, second floor, new wing. ¿Dónde dices? Pues allí mismo, al final de esta calle, en un edificio con ascensores de cristal en la fachada frente a la estación de tren. Ah, pues creo que desde allí cogemos el tren a Toledo mañana, tal vez antes o después nos acerquemos. Así que le hice un planito para que no se perdiera y pensé que le vendría bien una visita guiada, pero, en fin, ¿cómo ofrecerme sin parecer el stalker de Pumpink-Head o el de Sourland? No way.


Ella, como los tímidos, preguntaba mucho para alargar los temas. Really nice and well-mannered, y parecida a sus videos en youtube y a las fotos de las contraportadas hasta en la chaqueta blanca de gurruños, que juraría haber visto antes. Lánguida, lacia, todo ojos y con un hilo de voz y una dicción perfecta y decidida, parecía estar caracterizada de sí misma. O tal vez fuera, sin más, el efecto de reconocer en tres dimensiones y movimiento a un amigo imaginario.



Y, por supuesto, vi de nuevo el abismo, el misterio de la creación artística, siempre inextricable: ¿Ha salido “A Bloodsmoor romance” del cerebro de esta señora? ¿Y “Haunted”? ¿Cómo es posible? ¿Cómo sucede? Pensé en "My sister, my love", en la lobotomía de "Zombie", en el calvario de la protagonista de "The girl with the blackened eye", en la rata en el coño de "Poor Bibi", en la mujer de "Madison at Guignol", que entra a comprarse un vestido a una tienda pija y termina hecha picadillo, y concluí: un enigma, indeed. To lunch now.


Y nos sentamos a comer. A su lado, la editora de Alfaguara, y al lado de ella yo, porque así somos los fans, too bad. Nueve personas en total, que guardamos un silencio eclesial cuando entró el chef con un speech que resume el zeitgeist de nuestro tiempo: os voy a dar de comer la experiencia de un huevo frito pero no el huevo porque el huevo es el mensaje y el mensaje el huevo.


Sí, pero, ¿hubo huevo?

Lo hubo, y fue fascinante en un nivel molecular/cultural.


Durante el huevo, JCO habló y respondió a ruegos y preguntas, pero el segundo plato rompió el protocolo y los periodistas, recién vueltos de vacaciones, se lanzaron a lo que de verdad interesa: preguntarle al de la lado qué tal en Denia, acordarse del hamaquero y la terracita, hablar del tráfico de Madrid, contestar al móvil, etcétera.


Y JCO se quedó de non, como puesta por el ayuntamiento.

Pero sólo por un segundo...


Porque a partir de entonces, poor JCO! Entre la editora de Alfagura, que también era fan, y myself la freímos sin piedad, vuelta y vuelta. Le contamos sus novelas, sus relatos, sus ensayos y su biografía. Decidimos delante de ella cuáles nos gustaban más y, por omisión, cuáles nos gustaban poco o nada, y además le sonsacamos todo lo que nos interesaba.


O casi todo. Mi misión secreta era volver a casa con la fecha de publicación de The Crosswicks Horror, pero en vano.

No tengo ni idea, me dijo. Ahora mismo estoy con otras cosas y no sé si en algún momento volveré a tener el ánimo o la energía para retomar ese proyecto.


Pero, en fin, volví con mi libro firmado, material para la entrevista y cuatro extractos.


1) De repente, sale Paul Theroux en la conversación. JCO escanea en su cerebro y dice: “Ah, sí, Paul Theroux...hmm, Paul Theroux...buff, ese escribe muchísimo. ¡Qué autor tan prolífico!”. Yo apoyo el tenedor en una merluza morada con costra de coco y pienso: la paja en el ojo ajeno.

2)
Hablando de su novela Blonde, sobre la que están a punto de hacer una película, JCO dice: “La protagonista será Naomi Watts...hmm, Naomi Watts, you know, la chica de Mulholland Drive”. “Sí, sí”, digo yo, “y la de Eastern Promises, de Cronenberg”. “Ah, Cronenberg...hmmm, Cronenberg, yo conozco a Cronenberg, que, por cierto, es un señor rarísimo, ¿verdad?” Yo clavo el tenedor en una proteína de queso, pienso lo mismo de antes y me acuerdo del relato The Doll. En fin...

3) Intento tirarle de la lengua acerca de Bloodsmoor romance, por si acaso en un ratito muerto se anima y decide escribir una secuela de mil o dos mil páginas. “Me encantó, you know, y me partí de risa”. Modestamente baja la mirada a una cosa deconstruida y dice: “Mucha gente dice que es una novela extrema y exagerada, pero en realidad el siglo XIX era así, sobre todo para las mujeres”. Y yo me acuerdo del libro, en el que un niño se derretía dentro de la máquina del tiempo, los muertos hablaban y a una chica le crecía, de repente, un pene de veinticinco centímetros, y pienso: “¿Perdón?”

4) “Ah, me encanta Extraños en un tren”, dice. “A mí me encanta The tremor of forgery”, digo, “¿no lo ha leído?” “No, no, pero qué título tan raro”. Y mientras yo le contaba el argumento, pensaba “Mmmh, título raro, título raro...¿Pero no ha escrito usted Because it is bitter, and because it is my heart? ¿O How I Contemplated the World from the Detroit House of Corrections, and Began My Life Over Again?

Esto fue ayer. Volví a casa contento, dando al replay para repasar los mejores momentos y echando por lo bajinis la bronca a España, ese país donde la gente se entera de las cosas tarde, mal y sólo si se las cuenta el periódico. Pero a partir de ese momento, ¡ay!...Todos en masa, que al calor se está muy bien.

En fin.

Aquí va un fragmento de la entrevista:


Pablo Chul: Ave del Paraíso ha sido descrita como una tragedia. Si es así, ¿en qué se diferencia de una tragedia tradicional?

Joyce Carol Oates: Es una tragedia, pero no para todos los personajes. Eddy Diehl, el padre de Krista, es acusado de un crimen que tal vez no haya cometido, y como consecuencia es víctima de una injusticia social con un resultado trágico, pues su entorno decide que es culpable y eso le supone una tragedia vital y su posterior destrucción. Pero no es una tragedia para Krista, la protagonista de la novela, pues ella logra hacer que ese recuerdo escape y liberarse.


Pablo Chul: Pero no hay nada heroico en el padre de Krista: ni catarsis, ni enseñanza moral...

Joyce Carol Oates. Su destino es trágico, sin más. Es acusado sin que tenga posibilidad de limpiar su nombre, como sucede en muchas ocasiones. Me interesan esos casos y sus consecuencias. Pensemos en el hombre acusado sin pruebas por el FBI por haber esparcido ántrax. De pronto, la opinión pública decidió que era culpable y, por supuesto, malvado. El hombre tuvo que cambiar de residencia, perdió su trabajo y posiblemente no logró remontar. No he seguido su caso y no sé qué ha sido de su destino, pero es un ejemplo más, como el padre de la protagonista de mi novela.


Pablo Chul: Al trabajar en una novela, ¿cómo considera el estilo? ¿Lo trabaja de manera independiente? ¿Cada historia, relato o novela requiere un estilo distinto?

Joyce Carol Oates: Una historia se convierte en algo distinto si está narrada con un estilo diferente. La novela que estoy terminando ahora, Mud woman, será una historia narrada en frases largas y alambicadas, con párrafos extensos y saltos temporales, porque la historia lo exige así, pero Mamá tiene un estilo sencillo y limpio, como la estructura y la historia.


Pablo Chul: ¿Y Ave del Paraíso?

Joyce Carol Oates: Sucedió algo con Ave del Paraíso. Yo había escrito una novela anterior, llamada Sparta, con la misma historia. El nombre Sparta tiene para mí connotaciones masculinas, y la novela era breve, escueta, directa, escrita en un estilo cortante y seco, directo, espartano. Pero murió mi anterior marido y, tras su muerte, en un período en el que no estaba segura de ser capaz de volver a trabajar, rescribí esa novela, que resultó ser la semilla de Ave del Paraíso. Trabajé la voz de Krista y, al modificar el estilo, la transformé como personaje, haciéndola más inteligente, más compleja y más cercana a mí. También transformé el estilo, que se volvió más sensual. La novela creció y se convirtió en Ave del Paraíso. Sin la muerte de mi anterior marido la novela habría sido otra, y en cierta medida siento como si su espíritu hubiera entrado en el libro y hubiera propiciado que sea como es ahora.


Pablo Chul: ¿Cambió en algo la historia?

Joyce Carol Oates: Supe desde el principio cómo sería la historia, y la escribí sabiendo exactamente cuál sería el final. Debía terminar como termina, con Krista abandonando Sparta y viendo las luces de la ciudad desvanecerse en el espejo retrovisor. Era necesario que Krista huyera, y eso no cambió.


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La entrevista completa está publicada aquí.