1 de junio de 2009

Penelope Fitzgerald (4): The blue flower

No es que importe, pero uno lee a Penelope Fitzgerald y se pregunta si las editoriales españolas tienen el radar estropeado o si, sencillamente, no se enteran de por dónde sopla el aire. Sólo Lumen parece haber empezado, y con timidez, a prestar un poco de atención al filón que hay en la literatura inglesa del siglo XX. Pero allá cada cual. Aquí estamos para leer.

Penelope Fitzgerald publicó The blue flower en 1995. Diecinueve periodistas y críticos lo eligieron como el mejor libro de aquel año, y ganó el America's National Book Critics' Circle Awars en cuanto se publicó en Estados Unidos. Y no es que los galones que adornan a The blue flower signifiquen nada en sí mismos, pero conviene prestar atención a lo que implican si tenemos en cuenta que este libro
a) es una novela histórica
b) es una novela experimental
c) es una novela basada en episodios de la vida de Novalis
d) es una novela filosófica sobre razón, poesía, ciencia, sociedad y pasión.

De antemano, no parece que los lectores vayan a asaltar las librerías en masa para hacerse con un ejemplar por ninguna de las cuatro razones, y, sin embargo, es imposible leer The blue flower sin darse cuenta de que Penelope Fitzgerald está, en ambición y logros, a kilómetros de sus contemporáneos. Abrimos una página al azar:

Sophie's cough soon put Günther's into a shade. It came with an immense draught of breath which reminded her of laughing, so that in fact she would have been hard put to it, except for the pain, not to laugh.
What if there were no such thing as pain? When they were all children at Grüningen, Friederike, not yet the Mandelsloh, but already on duty, used to collect them together after the evening service to tell them a Sunday story.


Y otra:

Perhaps there would never be another evening quite like this in Weissenfels. The guests were waiting, although they were not accustomed to it: even in this great airy room, most of their faces had turned a comfortable fruit-red, but they were unable to settle down to their familiar inspection of each other's costume, followed by discussion, slight advance, slight retreat, circulation, repetition, deep and thick gossip, then indulgence in pickled goose legs, black ham, fruit liqueurs, sweet cakes, more spirits, an amiable progress home, an uncertain climb up to bed. Tonight they could not quite count on anything. Uncertainty and expectancy moved among the guests like the first warning of fever, touching even the most stolid. Still no Rockentiens, still no Affianced. In the kitchen, the cook induced the protesting stable-boy, who felt that he was held in some way to blame, to kneel down and pray for his employers' safe arrival.

Esto parece una traducción. El ritmo es extraño, espasmódico. La música que emana no es una cadencia -como, por ejemplo, en Virginia Woolf- sino un golpeteo: oímos cada unidad de sentido por separado, sin distracción. Frases cortas sin verbo en medio del discurso, hipérbatos y subordinadas donde no se esperan, aposiciones, enumeraciones...la sintaxis obliga a prestar atención a los elementos como si fueran piedras aisladas. La novela que tenemos entre manos no parece ser The blue flower sino sólo la presentación de los elementos que compondrán The blue flower cuando ésta se forme en la cabeza del lector.

Nadie, que yo sepa, escribe así. Los escritores minimal se dan por satisfechos con sugerir la existencia de algo más grande que lo narrado, siguiendo la chorrada de la metáfora del iceberg que se inventó Hemingway. Pero lo sugerido suele ser convencional, melodramático o directamente pobre, y el énfasis está sólo en la técnica: mira, mamá, sin manos. Es un jueguecito, sin más, que establece una relación de visibilidad y ocultación entre lo narrado y lo no narrado: Carver nos cuenta que un pollo se pudre en el frigorífico y nosotros vemos, por ejemplo, un matrimonio en descomposición. Así de poco original, así de irrespetuoso con la inteligencia del lector.


Penelope Fitzgerald trabaja con métodos aparentemente similares (la narración escueta) pero con fines distintos: no sugiere, no apunta, no juega con las pistas fáciles ni con los sentidos vagos. Cada elemento presente en el texto es una pieza que remite a una imagen o una idea no expresada pero -y aquí radica la grandeza de esta novela- muy concreta y profunda.

El goce que provoca la lectura de una novela de Penelope Fitzgerald es distinto a otros. Nos trata de igual a igual, y el texto entre ambos es el vehículo a través del cual se produce un intercambio de información, nada más. Perdón por la imagen esotérica, pero se diría que Fitzgerald logra que la novela en su mente se forme en la nuestra de manera exacta. No recreamos, no interpretamos, no ponemos nuestro "mundo interior" ni nuestra experiencia. Todo eso sobra. Ella escribe directamente para nuestro cerebro.

Me he dejado llevar por la emoción de la lectura y sólo he hablado de aspectos técnicos. En breve, más sobre esta novela.


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Fotografías de William Henry Fox Talbot

2 comentarios:

Cristina dijo...

Qué bien verte de vuelta, y con qué energías. Poco a poco quiero ir haciéndome con todo lo de P. Fitzgerald, pero subo este libro - pese a que como tú mismo dices es de los que menos tientan de entrada - unos cuantos puestos en la lista.

Con tu primer párrafo no podría estar más de acuerdo. Ellos se lo pierden, ¿no? La pena es la de gente a la que castigan sin poder leer estas verdaderas joyas.

Silvia Sánchez dijo...

Pues si, es una pena que a veces no se editen cosas así en España, Me apunto el título del libro. La verdad es que no conocía a esta autora y tu reseña me ha despertado mucho interés.Gracias